Tuesday, February 27, 2007

Translation Sample 02 / Muestra de traducción 02

Source Text / Texto original
Take a Look in the Mirror

The pols confused law with theology and allowed tabloidism to trump privacy.
By Jonathan Alter Newsweek
When he was governor of Texas, George W. Bush presided over 152 executions, more than took place in the rest of the country combined. In at least a few of these cases, reasonable doubts about the guilt of the condemned were raised. But Bush cut his personal review time for each case from a half hour to a mere 15 minutes (most other governors spend many hours reviewing each capital case to assure themselves that there’s no doubt of guilt). His explanation was that he trusted the courts to sort through the life-and-death complexities. That’s right: the courts.
I bring up that story because it’s just one of several ironies that have arisen in connection with the Terri Schiavo saga, in which the president said that the government “ought to err on the side of life.” Fine, but whose life? The inmate who might not be guilty? The poor people across the country denied organ transplants (and thus life) because Medicaid - increasingly under the Bush budget knife-won’t cover them? The poor people across the world starving to death because we won’t go along with Tony Blair when it comes to addressing global poverty?
Or how about Sun Hudson? On March 14, Sun, a 6-month-old baby with a fatal form of dwarfism, was allowed to die in a Texas hospital over his mother Wanda’s objections. Under a 1999 law signed by Bush, who was then governor, cost-conscious hospitals are empowered to decide when care is “futile.”
The Hudson case is the first time ever that a court has allowed bean counters to override the wishes of parents. “They gave up in six months,” Wanda Hudson told the Houston Chronicle. “They made a terrible mistake.” Wanda apparently was not “cable ready,” as they say in the television world, and she failed to get Randall Terry and the radical anti-abortionists on her side. Tom DeLay never called. Could there be - perish the thought - politics at work here? Knowing that they cannot deliver on a gay-rights amendment or abortion ban, Karl Rove & Co. settled on bonding to the base with the Schiavo case. The beauty part, as Ross Perot used to say, was that they could be cynical and sincere at the same time, even if it meant twisting themselves into ideological pretzels. The same conservatives who have spent the last generation attacking “judicial activism” and federal intrusion in state jurisdictions were suddenly advocating what they had so long abhorred. They argue they have a moral duty to intervene. If Terri had been on a respirator, like Sun Hudson, there would have been no issue, they claim. But a feeding tube is different. Says who? Says the Pope, for one. Of course the Pope also says that the war in Iraq is wrong, the death penalty is wrong and the West has been too stingy in sharing its wealth. So never mind the Pope.
In a complex world, consistency is usually asking too much. (Seeing Democrats talk about “states’ rights” last week was also a little rich.) But if you’re going to accuse Michael Schiavo and the judiciary of murder (right-wing blogs and talk radio) or commit virtual malpractice by “examining” a patient long distance via outdated and heavily edited video (Senate Majority Leader Bill Frist) or advocate breaking the law by sending in state troopers to reattach the feeding tube (Pat Buchanan and William Bennett), you’d better be willing to look in the mirror.
As a father myself, I can sympathise with Terri’s frenzied parents. There must be nothing harder in the world than watching your child die. And I still don’t understand why Michael Schiavo didn’t turn over custody and get a divorce. He says he’s trying to carry out his wife’s wishes and at the same time preserve her dignity. But the endless litigation and public spectacle have hardly achieved that goal.
The right wing should be ashamed of the way it has treated this man, who spent the first seven years after Terri’s collapse doing everything imaginable to save her - even training as a nurse. For instance, Fox and CNN gave air time and credibility to one Carla Iyer, who accused Michael of shouting “When is the bitch going to die?” and claimed hospital authorities doctored her nursing charts - preposterous charges with no substantiation.
When this excruciating circus leaves town, the only sensible conclusion is a morally and constitutionally nuanced one. It should be possible to argue both that Terri Schiavo’s case didn’t belong in court - and that the courts are the only place to resolve such wrenching disputes when families cannot. That custody laws should contain a little more flexibility where the wishes of the patient are unclear - and that the president and Congress did real damage to their own principles by sticking their nose in this mess. They replaced reason with emotion, confused law with theology and allowed politics and tabloidism to trump the privacy this agonising family tragedy deserved.
©2005 Newsweek, Inc.


Translation / Traducción

Mirarse en el espejo

Los políticos confundieron derecho con teología y permitieron que la prensa sensacionalista venciera a la privacidad.
Por Jonathan Alter
Newsweek
152 fueron la ejecuciones que George W. Bush presidió mientras fue gobernador de Texas, esto es, más que las llevadas a cabo en todo el resto del país. En por lo menos algunos de estos casos surgieron dudas razonables pero Bush redujo de media hora a escasos 15 minutos el tiempo que dedicaba a revisar personalmente cada caso (mientras que la mayoría de los demás gobernadores destinan muchas horas a revisar cada caso de condena a muerte para tener la seguridad de que no caben dudas sobre la culpabilidad). Su explicación era que él confiaba en el poder judicial para resolver las complejas cuestiones de vida y muerte. Sí, el poder judicial.
Traigo esto a colación porque es apenas una de las varias ironías surgidas con relación a la saga de Terri Schiavo, en la cual el presidente ha manifestado que el gobierno “debería equivocarse a favor de la vida”. De acuerdo, pero, ¿la vida de quién? ¿La del condenado que podría ser inocente? ¿La de los habitantes pobres de cualquier parte del país a quienes se les niega un transplante de órgano (y por lo tanto la vida) porque la Administración del Seguro Social –que sufre cada vez más los recortes presupuestarios de Bush– no los cubre? ¿La de los pobres del mundo que mueren de hambre porque no acompañamos a Tony Blair cuando de atacar la pobreza en el mundo se trata?
¿Y el caso de Sun Hudson? Sun era un bebé de seis meses que padecía una forma fatal de enanismo y a quien se dejó morir el 14 de marzo en un hospital de Texas, a pesar de las objeciones de su madre, Wanda. Por una ley promulgada por el entonces gobernador Bush en 1999, los hospitales preocupados por sus costos quedaban autorizados a decidir cuándo la atención es un esfuerzo inútil.
El caso Hudson es la primera vez que un tribunal permite que los contadores se impongan por sobre los deseos de los padres. “Abandonaron a los seis meses”, declaró Wanda Hudson al periódico Houston Chronicle. “Cometieron un terrible error”. Aparentemente Wanda no “estaba preparada para cable”, como dicen en la jerga televisiva y no logró hacer que Randall Terry y los antiabortistas radicales se pusieran de su lado. Tom DeLay nunca la llamó. ¿Puede ser –Dios no lo permita– que haya políticos trabajando? Sabiendo que no pueden cumplir con la promesa de conseguir la enmienda sobre los derechos de los homosexuales o la prohibición del aborto, Karl Rove & Co. se dedicaron a comprometerse profundamente con el caso Schiavo. Lo lindo, como decía Ross Perot, era que podían ser cínicos y sinceros a la vez, aunque ello significara que su ideología quedara tan retorcida como un pretzel. Los mismos conservadores que se habían pasado una generación atacando el “activismo judicial” y la intromisión del gobierno federal en las jurisdicciones de los estados de repente se encontraron abogando por aquello de lo que habían abominado. Según ellos, tienen el deber moral de intervenir y afirman que si Terry hubiera estado conectada a un respirador –como lo estaba Sun Hudson– no habría habido ninguna cuestión que discutir. Pero un tubo de alimentación es algo diferente. ¿Quién lo dice? Para empezar, el Papa. Claro que el Papa también dice que la guerra de Irak es un error, que la pena de muerte está mal y que Occidente ha sido demasiado avaro al compartir su riqueza. Así que no importa lo que el Papa diga.
Pedir coherencia en un mundo complejo es pedir demasiado. (Ver demócratas hablando de los “derechos de los estados” la semana pasada también fue un pequeño lujo). Pero si uno va a acusar a Michael Schiavo y a la justicia (como hicieron algunos blogs y programas radiales de derecha) de asesinato o de cometer mala praxis virtual por “examinar” a un paciente a larga distancia por medio de un video desactualizado y muy editado (Bill Frist, líder del bloque mayoritario en el senado) o si va a apoyar que se viole la ley al enviar la policía del estado a reconectar el tubo de alimentación (Pat Buchanan y William Bennet), será mejor que quiera mirarse en el espejo.
Como padre que soy, puedo entender a los frenéticos padres de Terri. No debe haber nada peor en el mundo que ver cómo se muere un hijo. Pero aún no comprendo por qué Michael Schiavo no cedió la custodia y se divorció. Él aduce estar realizando los deseos de su esposa y preservando su dignidad a la vez. Pero los litigios interminables y la exposición pública, a duras penas lograron alcanzar esa meta.
La derecha debería avergonzarse de cómo ha tratado a este hombre, que se pasó los primeros siete años desde que Terri colapsara haciendo todo lo imaginable para salvarla e incluso tomó cursos de enfermería. Por ejemplo, las cadenas de noticias Fox y CNN le dieron tiempo de aire y credibilidad a una tal Carla Iyer, quien acusó a Michael de preguntar a los gritos “¿Cuándo se morirá esa perra?” y a las autoridades del hospital de adulterar su historia clínica, todas acusaciones ridículas y sin sustento.
Cuando este atroz espectáculo circense se vaya de la ciudad, la única conclusión sensata será una con matices morales y constitucionales. Debería ser posible afirmar a la vez que el caso de Terri Schiavo no pertenecía al ámbito judicial y que los tribunales son el único lugar donde se resuelven tales disputas de tira y afloja cuando las familias no pueden hacerlo. Afirmar que las leyes de custodia deberían ser un poco más flexibles en los casos en que los deseos de los pacientes no son claros, y que tanto el presidente como el congreso inflingieron graves daños a sus propios principios al meter la nariz en este lío. Reemplazaron la razón con emoción, confundieron el derecho con teología y permitieron que la prensa sensacionalista venciera a la privacidad que la tragedia de esta familia agonizante merecía.
©2005 Newsweek, Inc.

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